LLUEVEN PIEDRAS EN LA FÓRMULA 1: DE BRABHAM Y MARKO A LAS QUEJAS DE HADJAR

A propósito del curioso incidente en Hungría, un repaso de algunas mañas, bolitas de asfalto sueltas y una campaña truncada.

Sucedió en el reciente Grand Prix de Hungría: en la primera vuelta de la carrera, al pasar por la curva 12, el Haas de Oliver Bearman pisó la banquina no asfaltada y lanzó hacia atrás una cortina de grava que cayó con fuerza justo sobre el habitáculo del Racing Bulls que venía justo detrás, el de Isack Hadjar.

El piloto francés primero sintió sorpresa y luego dolor. Se quejó de que la grava había herido su mano izquierda y, al cabo de la carrera, reportó que había completado el recorrido con la muñeca lastimada y amoratada.

Hacía décadas que no se reportaba un incidente similar. Desde que la seguridad invadió las pistas de la F1 tras la muerte de Ayrton Senna en 1994, más y más banquinas y arcenes son asfaltados. De aquellos circuitos naturales, con peligros al acecho a los costados de la pista, no queda absolutamente nada.

No siempre el lanzamiento de piedras era casual, y ciertos pilotos lo utilizaban como método para amedrentar rivales. En los años en que no había televisión en directo, no faltaba un pícaro que, sin que nadie lo advirtiera, aplicaba algún truco para desmoralizar a la oposición.

Un maestro en este arte tan controvertido era el tricampeón mundial Jack Brabham, que a mediados de los años ‘50 había saltado directamente de los midgets en Australia a las pistas inglesas. Su método de intimidación consistía en morder una banquina pedregosa y regar de proyectiles al piloto que estuviera persiguiéndolo.

Así le ganó el cuarto lugar a Chris Amon en Silverstone, durante el GP inglés de 1967. “Jack me tiraba de todo: piedras, pasto, suciedad, cualquier cosa -cuenta la víctima en su autobiografía- Recuerdo que en un momento parecía estar ajustando un espejo retrovisor y, de pronto, ¡el espejo pasó volando junto a mi cabeza! Después de 30 vueltas ya no tenía más retrovisores…”. De Jim Clark se había defendido de igual forma para ganarle el GP de Holanda de 1966.

En los ‘60 y ‘70, muchos abandonos se producían por roturas de radiador, todavía ubicados en la trompa de los autos, a consecuencias de piedras sueltas o, en el caso de carreras con mucho calor, con trozos de asfalto caliente que se desprendían del piso.

Algo así ocurrió con la legendaria curva 3 del viejo trazado de Interlagos, al final de la larga recta trasera, ahora en desuso. El nuevo asfalto no fraguó, se desgranó con el calor y se esparció en forma de bolitas sobre la pista, sobre las cuales los coches patinaban y se despistaban. Sucesivamente, fueron quedando allí Jochen Mass, Clay Regazzoni, Ronnie Peterson, Vittorio Brambilla, Patrick Depailler, Jacques Laffite, John Watson y el local Carlos Pace. ¡Ah! Ganó Carlos Reutemann con Ferrari…

Pero a veces la casualidad disparaba la desgracia. Así ocurrió en el Grand Prix de Francia de 1972; el Lotus 72 de Emerson Fittipaldi despidió una piedra de la banquina que fue a interesar directamente el visor del casco del piloto que viajaba detrás: era el austríaco Helmut Marko. El impacto le arrebató la vista del ojo izquierdo y el austríaco, contactado por Ferrari para sumarse al equipo en 1973, debió dejar de correr. Un año más tarde, Maranello convocaba a otro austríaco, Niki Lauda…

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