Por una anomalía mecánica de último momento, por un accidente durante la clasificación final o hasta por una indisposición física inoportuna, esos casos son los que más de una vez le impidieron a un piloto tomar parte de un Gran Premio cuando éste estaba perfectamente habilitado para hacerlo. Pero no largar una carrera por no estar en el autódromo a la hora de hacerlo… Al menos la Fórmula 1 registra sólo un caso de tan disparatada índole. ¿El protagonista? Otto Stuppacher, un vienés que se había destacado en carreras de turismos en su país y que, con la ayuda de algunos inversores, había logrado comprar un vetusto Tyrrell 007 y un motor Cosworth para correr en la “máxima”, justamente en el GP de su país de 1976.
Grande resultó su frustración cuando el coche no fue admitido legalmente para participar de aquella prueba en el Österreichring. Aunque Stuppacher no dejó que lo venciera el desánimo y fue a buscar revancha un mes después, al GP de Italia, a disputarse en Monza. Allí comprobó que su máquina estaba muy lejos de ser competitiva. Hubo 29 inscriptos y sólo 26 estaban habilitados para largar. Y claro, el 29° y último puesto de Otto, a 14 segundos de la “pole”, lo dejó abatido y enojado, por lo que, apenas culminó la actividad, se tomó el primer avión a Viena que encontró y dejó atrás la aventura.
Después, en la revisión técnica, llegaron las sorpresas: los McLaren de James Hunt y de Jochen Mass, y el Penske de John Watson mostraron irregularidades en el combustible y les fueron retirados los tiempos. Así, Stuppacher pasó a ser el 26° y quedaba habilitado para partir. Más aún: Guy Edwards y Arturo Merzario no tenían en condiciones sus autos, lo que les impedía estar en la grilla, con lo que Otto ¡hubiera ascendido al 24° cajón! Pero el hombre estaba lejos de allí y sin posibilidades de retornar a tiempo. Estos hechos fueron una bendición para Hunt, Mass y Watson, que, gracias a estos “huecos” consiguieron largar desde los últimos tres lugares.
Stuppacher, a quien no le quedó otra alternativa que seguir la carrera de Italia por TV, buscó tomarse desquite en otros dos GP: Canadá y Watkins Glenn, pero su Tyrrell seguía sin responder a una producción decorosa y los tiempos de vuelta continuaron dejándolo lejos de posicionarse entre los mejores 26, por lo que entendió que la Fórmula 1 pasaba a ser un tema cerrado para su futuro. Su oportunidad, su momento y su día de gracia no aprovechada ya habían quedado atrás, desvanecidos en ese GP en Monza que lo sorprendió en su casa de Austria, cumpliendo quién sabe qué tarea en vez de estar donde debía estar: sentado en el habitáculo de su 007, esperando la luz verde para debutar en la categoría soñada. El automovilismo grande no le dio otra chance.