De Condes, Príncipes y Marqueses

Como buena categoría de élite, la Fórmula 1 no se ha privado a lo largo de la historia de contar con personajes de la nobleza merodeando en su ambiente. Pero no se trató sólo de mecenas que ayudaron con su aporte económico, ni de jefes de equipo que llevaron adelante sus caprichos velocistas, sino que existieron personajes de alcurnia que se atrevieron a tomar un volante y lanzarse a la aventura, batiéndose en la pista con los ases más renombrados.

Antes de que la nación de Siam fuese rebautizada como Tailandia, a fines de la década del ’30, un joven llamado Birabongse Bhanudej Bhanubandh, pero conocido en su terruño como Príncipe Bira, solía despuntar el vicio de la velocidad en un equipo llamado White Mouse Racing, que participaba en competencias locales con relativo éxito. Su historia hubiera sido una más de las que protagonizaron muchos jóvenes en el mundo del automovilismo, a no ser por un detalle: Bira integraba la Casa Real Thai, ya que era el hijo del Príncipe Bhanurangsi Savangwongse y nieto del rey Mongkut, celebridad histórica del lugar. En otras palabras, era un piloto de carreras de sangre azul y, posteriormente, sería el primer noble en llegar a la Fórmula 1, al participar del primer GP de la historia, en Silverstone 1950.

Sin más sucesos que un par de cuartos puestos en la máxima categoría, en la que intervino hasta 1955, Bira marcó una tendencia que encontraría eco: la de participar en la élite del mundo motor siendo parte de la más alta alcurnia. Otro hombre de nombre interminable, Wolfgang Alexander Albert Eduard Maximilian Reichsgraf Berghe Von Trips, lo sucedió con mucho más brillo deportivo, pero con un final trágico. Alemán y Conde de una familia del Rin, Von Trips, habitante del castillo de Horrem, fue el más destacado de los nobles. Ganó dos Grandes Premios y tenía destino de campeón mundial con Ferrari en 1961, pero un accidente mortal en Monza ese mismo año truncó su sueño y el de su país de ver por primera vez a un compatriota alzar el trofeo mayor.

También el Marqués español De Portago, Alfonso Antonio Vicente Eduardo Ángel Blas Francisco de Borja Cabeza de Vaca y Leighton, ahijado del rey Alfonso XIII, pudo ser figura de la casa de Maranello, ya que acabó segundo en su segunda participación en la F1, Gran Bretaña ’56, pero la temprana muerte de este “bon vivant” en la Mille Miglia del ’57 nos privó de saber hasta dónde hubiese llegado. En cambio, el aristócrata neerlandés Carel Godin de Beaufort, sinónimo de Porsche, tuvo una prolongada carrera entre 1958 y 1964, con cuatro sextos puestos como resultados más destacados antes de perder la vida en los ensayos para la carrera de Alemania ‘64. Finalmente, hace casi cuatro décadas, más precisamente en 1986, terminó, al menos hasta ahora, la aventura de los nobles. Fue cuando, durante toda esa temporada, el escocés John Colom Crichton-Stuart, conde de Dumfries y séptimo Marqués de Bute, a quien todos llamaban “Johnny Dumfries”, ofició como coequipier de Ayrton Senna en el equipo Lotus. Al lado de tan rutilante estrella, no logró destacarse: obtuvo tres unidades en el Mundial contra las 55 conseguidas por el paulista. Desde entonces, la nobleza ha sabido descansar en sus fastuosos palacios de la vertiginosa tarea de acelerar los autos de carrera más sofisticados del planeta.