Sin Mazepines, Latifis o Sargeants, los fanáticos de la F1 precisan un villano de quien burlarse, al que denostar. Y el joven canadiense Lance Strulovich (tal su verdadero apellido) posee todos los atributos para desempeñar, a la perfección, ese rol. Sin embargo, siendo justos, no es tan malo como las redes quieren hacernos creer.
Ya no es el piloto más deslenguado de la categoría: Isack Hadjar y su temperamento compiten en agresividad. Ciertamente, algunos episodios fuera de la pista, que el equipo Aston Martin trata de mantener en secreto por más de una obvia razón, trascienden para recordarnos el pésimo talante que suele tener el Niño Lance.
Cursa su novena temporada en Fórmula 1. Salvo un milagro, todo lo que no haya aprendido hasta ahora, no lo aprenderá jamás. Lleva casi 200 Grands Prix acumulados en su bitácora, pero ni una sola victoria que lo haya llenado de orgullo. Su primera visita al podio, en el GP de Azerbaiján de 2017, lo volvió el piloto más joven en subirse al estrado, en su temporada debut, con apenas 18 años y ocho meses.
Pero después tuvo que esperar tres años para el siguiente, Italia 2020, ya en Racing Point, detrás del Toro Rosso de Pierre Gasly y el McLaren de Carlos Sainz. El último data de esa misma temporada, en Sakhir, el día de la consagración de Sergio Checo Pérez. Poco, probablemente, para una campaña tan dilatada.
What are your summer break plans, team? ⬇️ pic.twitter.com/xdqKYDDLUO
— Aston Martin Aramco F1 Team (@AstonMartinF1) August 11, 2025
Pero Lance es un piloto decente. Creció desde sus inicios, ya no es el conductor inexperto que rechazaba una prueba en Williams porque ese día tuviera planeada una fiesta en un barco. Desde entonces, le sacó jugo a su cercanía con Fernando Alonso, aunque más de una vez tragó bilis ante el astuto, casi malévolo asturiano, y, en perspectiva, aunque nunca será Top-10, ha sido mejor piloto que los calamitosos Mazepines & Co.
Lo demuestra un dato irrefutable: cuando caen dos gotas o la pista se pone nerviosa, aceitosa o irregular, el Niño de Larry (Stroll) da un paso al frente. Su única pole, Turquía 2020, la logró bajo la lluvia. Arrancó el 2025 en Melbourne, en el agua, y acabó sexto. En un buen día, es capaz, confiable y no mucho menos que un Hulkenberg o un Ocon, al nivel de un Bearman o un Tsunoda. Con su vocación por el agua, hasta resulta lógico que haya tenido lagunas enormes como Interlagos 2024, cuando solito se fue de pista y se enterró, sin apuro en la leca, en una inobjetable demostración de impericia.
De todas formas, tal afirmación (“Lance es un piloto decente”) genera menos dudas en el cronista que la que despierta la auténtica vocación del canadiense, que, a veces, parece estar en una misión compasiva: complacer a su padre. ¿Realmente hará tiempo ya que Lance quiere dar las hurras y no lo hace simplemente para no defraudar a su progenitor? ¿Realmente Larry Stroll cree aún que su hijo puede consagrarse campeón mundial de F1?
Para la primera incógnita no tenemos respuesta concreta; para la segunda, una sospecha: sí, y por eso continúa invirtiendo fortunas (Adrian Newey y Cía) en Aston Martin. Porque el 2026 puede darnos una auténtica sorpresa.
Pero eso habla más de Larry que de Lance.