“JP” Van Rossem, poco de héroe y mucho de villano

Entre las figuras que pasaron por la F1 dejando una estela de irrepetibles no sólo hubo pilotos prodigiosos ni mecánicos ultra talentosos. La “máxima” también se nutrió de hombres con poco conocimiento de técnicas y estrategias, pero que gracias a su aporte, existen hoy fabulosas historias que merecen ser contadas. He aquí al protagonista de una de ellas.

Cuando en décadas pasadas el romanticismo invadía el ambiente de la Fórmula 1, no sólo era factible disfrutar de pilotos que más allá del dinero que pudieran ganar (o el que debían juntar para correr) estaban dispuestos a morir en la siguiente curva como si tal cosa, sino que también los boxes estaban invadidos por personajes variopintos que a su modo, dejaron una impronta en la historia. Entre ellos, varios jefes o dueños de escuadras provenientes de ámbitos bien distintos y -hasta entonces- inimaginables de vincular con la categoría más avanzada del planeta. Uno de esos fue el belga Jean Pierre Van Rossem, de avasallante, misteriosa y más que controvertida personalidad.

Economista, creador de obras, activista, político, actor, empresario, genio de las finanzas y escritor, Van Rossem siempre tuvo una fuerte influencia sobre las personas que se acercaban a él. Si bien para algunos sólo era alguien digno de ser fotografiado por su modo de vestir -podía llevar una gruesa cadena de oro o una simple bufanda- y por su barba y larga melena canosa, quienes lo trataban personalmente difícilmente lograban desprenderse de su magnetismo, de su poder de convencimiento y quedaban maravillados por su sabiduría. Desde la realeza de su país de origen hasta el temerario Osama Bin Laden recurrieron a su conocimiento de la economía, ya que juramentaba tener el modo de predecir el mercado de valores y con ello burlar al sistema capitalista, lo que redundó en su descomunal fortuna, en la que no le faltaron yates ni aviones propios amén de una inmensa cuenta bancaria difícil de justificar.

En 1989 decidió involucrarse con la F1 y de a poco, compró cada vez más acciones del equipo Onyx, aportando la determinante publicidad de Moneytron, pero su inexperiencia lo llevó a cometer varias cosas disparatadas para la imagen de la categoría. Si bien las máquinas acabaron utilizando impulsores Ford, Van Rossem había llegado a un acuerdo para que Porsche sea su proveedor, pero las negociaciones no arribaron a buen puerto (en verdad terminaron muy mal) y el flamante jefe de equipo no sólo despotricó contra la marca alemana en cuanta entrevista le fue posible dar, sino que llevó hasta la plaza de Lieja a su Porsche particular y lo prendió fuego. Actitudes como ésta y otras relacionadas con turbios negocios le valieron varias veces el repudio general y algunas semanas de cárcel. Gurú de los negocios, también creó su propia serie de comics y le dio voz a algunos personajes mientras que por ideas antagónicas, alguna vez llamó “idiota” al primer ministro holandés en su propia Nación.

Tras un más que prometedor tercer puesto del sueco Stefan Johansson en el GP de Portugal, el equipo se fue desvaneciendo entre el desinterés de Van Rossem, que se quejaba reiteradamente de que debía invertir mucho dinero, y el resto del personal, que de a poco fue emigrando, disconforme con la óptica del mecenas, quien un día renunció a seguir, se llevó al auspiciante (Moneytron), fundó su propio partido político -Rossem- y debido a un descomunal fraude al estado terminó purgando cinco años de cárcel a principios de los ’90. Excéntrico y multifacético, falleció a los 73 años, en diciembre de 2018 por una complicación pulmonar, dejando una breve pero marcada huella en el mundo de la F1. Pese a todo lo “poco correcto” que fue muchas veces su accionar, quedó la risueña frase de Mike Earle, quien lo padeció en sus años en Onyx: “Jean Pierre siempre fue impredecible, es verdad, pero un gran tipo cuando podías sentarte a charlar con él bien lejos del centro de atención”.

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