Este fin de semana se disputará en Silverstone el Gran Premio de Gran Bretaña. El circuito, antiguo aeródromo militar durante la Segunda Guerra Mundial, no es el mismo de cuando Froilán González y Ferrari ganaban su primera carrera en el recién estrenado Campeonato del mundo de F1. Silverstone ha pasado por diferentes remodelaciones con el paso de los años, pero nunca ha perdido el aura de circuito mítico, uno de los circuitos pioneros y que han engrandecido la leyenda de la F1.
Aprovechando pues, que este domingo los F1 volverán a pisar el asfalto del circuito inglés, recordaremos la gesta de Froilán y Ferrari en aquel 14 de julio de 1951, un binomio que de alguna manera une a todos los argentinos, el mito Ferrari y el gran Froilán González… y Silverstone, escenario de la gesta de 1951 y del GP de 2025.
El aire de la posguerra todavía impregnaba el asfalto del antiguo aeródromo militar de Silverstone. En el incipiente Campeonato Mundial de Fórmula 1, inaugurado un año antes, solo existía una verdad incuestionable: la hegemonía de Alfa Romeo. Sus invencibles «Alfetta» 159, pilotados por leyendas como Juan Manuel Fangio y el campeón vigente, Giuseppe Farina, habían ganado todas las carreras disputadas hasta la fecha. Eran el Goliat de la competición, una fuerza aparentemente indestructible.
Pero en los boxes de enfrente, un David con el emblema de un Cavallino Rampante se preparaba para cambiar la historia. Enzo Ferrari había creado el 375 F1, un monoplaza con una filosofía radicalmente distinta. Frente al motor de 1.5 litros sobrealimentado de Alfa Romeo, Ferrari apostó por un colosal V12 atmosférico de 4.5 litros. Era un motor más potente, pero también mucho más sediento de gasolina, un detalle que sería crucial.
Al volante de una de estas máquinas rojas se sentaba un argentino de físico robusto y manos firmes: José Froilán González, apodado «El Cabezón» por sus compatriotas y «The Pampas Bull» (El Toro de las Pampas) por la prensa británica. Su estilo de conducción era agresivo, físico y espectacular, un contraste con la finura de su amigo y rival, Fangio.
La primera señal de que algo iba a cambiar llegó en la clasificación. González, con una vuelta fulgurante, le arrebató la pole position a Fangio por un segundo. Era la primera vez que un Alfa Romeo no partía desde la primera posición en la historia del campeonato. El gigante mostraba su primera grieta.
La carrera fue una batalla épica, un duelo entre dos filosofías y dos compatriotas. González tomó la delantera, pero Fangio, con la astucia que le caracterizaba, le acechaba de cerca. El Ferrari 375 demostraba su superioridad en las rectas del veloz trazado británico, pero su voraz apetito de combustible era su talón de Aquiles. Mientras los Alfa intentaban completar la carrera sin parar, el plan de Ferrari incluía una parada en boxes para repostar.
El duelo fue intenso. Fangio llegó a liderar, pero González, con una determinación inquebrantable, recuperó la primera plaza. Tras su parada en boxes, volvió a la pista con una furia renovada. El ritmo del «Cabezón” era inalcanzable. Condujo con una precisión y una bravura que dejaron atónitos a los más de 100.000 espectadores.
Finalmente, tras 90 vueltas de pura tensión, José Froilán González cruzó la línea de meta. Había ganado. Lo hizo con casi un minuto de ventaja sobre Fangio. El gigante había caído. La Scuderia Ferrari, el pequeño constructor que osó desafiar al todopoderoso, conseguía su primera victoria en el Mundial de Fórmula 1.
La noticia llegó a Maranello, donde un emocionado Enzo Ferrari pronunciaría una de sus frases más célebres y conmovedoras: «Siento que he matado a mi madre». La victoria sobre Alfa Romeo, la casa que le vio nacer como profesional y a la que tanto admiraba, era un torbellino de orgullo y nostalgia.
Aquella victoria del 14 de julio de 1951 no fue un simple trofeo más. Fue un punto de inflexión, el fin de una era y el comienzo de otra. Fue la primera piedra de la escudería más legendaria de la Fórmula 1 y la consagración de un piloto valiente que demostró que, con pasión y potencia, incluso los gigantes pueden ser derrotados. En el asfalto de Silverstone, nació una leyenda que hoy, más de siete décadas después, sigue galopando.