Lejanas para muchos y desconocidas para las recientes generaciones de aficionados al automovilismo, frente a esta inminente definición del Campeonato Mundial de Fórmula 1, mueven a la nostalgia recordar las sensaciones y expectativas que los argentinos vivieron cuando sus compatriotas llegaron a la instancia decisiva que, en este fin de semana, enfrentan Lando Norris, Max Verstappen y Oscar Piastri en Abu Dhabi.
Consecuente con el gran protagonismo que tuvo en los años iniciales del Mundial, surge en como primer y reiterado ejemplo Juan Manuel Fangio. Sin embargo, no tuvo un final feliz la experiencia de aquel 3 de septiembre de 1950, en un Gran Premio de Italia al que había llegado como líder del campeonato con 26 puntos contra 24 de Luigi Fagioli y 22 de Giuseppe Farina, sus compañeros en el por entonces invencible equipo Alfa Romeo.
La actitud prudente con la que el Chueco encaró esta primera definición en la historia del Mundial, no tuvo correspondencia en el rendimiento de su Alfa Romeo. Un problema en la caja en su auto titular en la vuelta 30 y la rotura del motor giros más tarde en el Alfa Romeo de Piero Taruffi, al que Fangio se subió aprovechando una prerrogativa de esa época, derrumbaron la ilusión del argentino. Farina ganó la carrera y se consagró campeón con 30 puntos mientras que Fangio quedó segundo a tres unidades. ”Ya habrá otra oportunidad”, se consoló el argentino.
Vaya si la hubo y aprovechó. Para la primera sólo tuvo que aguardar la siguiente temporada, que culminó el 28 de octubre de 1951 en el circuito catalán de Pedralbes. Allí Fangio no fue el único argentino que captó la atención de sus compatriotas. También Froilán Gonzalez llegó con mínimas chances y condicionado por la prioridad que, en Ferrari, tenía Alberto Ascari.
Una astuta estrategia para disimular el alto consumo de combustible ante Ferrari, sumado a la acertada elección de los neumáticos de 18 pulgadas contra los de 16 que calzó Ferrari, resultaron la clave del dominio que desde la cuarta vuelta, hasta la bandera de a cuadro ejerció Fangio con su Alfa Romeo. Así, mientras las Ferrari desgastaban sus neumáticos en la abrasiva pista catalana, el Chueco marchó rumbo al triunfo que le dio el primero de sus cinco títulos. Froilán terminó segundo en la carrera y le alcanzó para ubicarse tercero en el campeonato detrás de Fangio y Ascari.
Ya consolidado como la gran figura de los 50, Fangio se tomó desquite con el Autódromo de Monza por el mal trago de 1950. También aquel 2 de septiembre de 1956, el argentino arribó como líder del campeonato con 30 puntos contra 22 de Stirling Moss (Maserati) y Peter Collins (Ferrari).
Autor de la pole con su Ferrari, Fangio no pudo repetir esa superioridad en carrera y se fue retrasando, hasta que en la vuelta 30 se detuvo en boxes por un problema en la suspensión. Monza parecía volver a darle la espalda, ya que el Chueco necesitaba el segundo puesto para asegurar el título. Surgió entonces la decisión en Ferrari de hacer parar a otros de sus pilotos para ser relevados por Fangio. Fiel a su rebelde personalidad, no accedió Luigi Musso. Todo parecía perdido hasta que llegó Collins. Se bajó de la Ferrari y simplemente le dijo al Chueco: “Siga usted maestro, Vaya y salga campeón…”. Un deseo que cumplió Juan Manuel para lograr su cuarta corona y la única con el equipo de Maranello. Este gesto de caballerosidad y solidaridad de Collins quedó en la historia porque inglés también tenía chances de ser campeón y las resignó para favorecer al Maestro que tanto admiraba. Injusto y cruel como tantas veces, el destino no premió el gesto de Collins. Dos años más tarde se mató en Nürburgring mientras buscaba ese título en dura lucha con su amigo y compatriota Mike Hawthorn.
El último recuerdo es el más doloroso. Nos traslada a un triste 17 de octubre de 1981, que apuntaba para ser de gloria para Carlos Reutemann. Una posibilidad que, a la distancia, acompañaron millones de argentinos que intuían que, por fin, tras una larga lucha, Lole accedería a un merecido título. Eran tiempos distintos a los de Fangio en cuanto a la trascendencia popular de la Fórmula 1. Por eso, Argentina se “paralizó” aquel sábado a la tarde, para empujar con el aliento al Williams de Lole en el particular circuito diagramado en la playa de estacionamiento del hotel Caesars Palace.
La pole de Reutemann redobló el entusiasmo y las esperanzas, pero estas sensaciones no pasaron de la primera curva. Verlo pasar relegado fue el primer duro golpe, que luego se acentuó con el errático andar del Williams y llegó a su momento culminante y decepcionante cuando el Brabham de Nelson Piquet, el gran rival, superó a Wiliams. Allí se definió todo, pese a que faltaban varias vueltas. A duras penas y aquejado por un problema estomacal, Piquet mantuvo el quinto puesto que le dio su primera corona ante un Lole, indefenso para avanzar de un octavo lugar con un auto que no le respondía.
Tal vez respondiendo al dicho, “lo que pasa en Las Vegas, queda en Las Vegas”, nunca quedó claro lo sucedido. Frank Williams mencionó un problema con la caja y la inestabilidad de un chasis que había sido cambiado tras un toque con Piquet en los entrenamientos. Lo suscribió Reutemann, aunque sin demasiado convencimiento. También se habló de un boicot, recordando la desobediencia del argentino en Brasil al ignorar el famoso cartel JON-REU. Y hasta hubo desubicados fanáticos argentinos que le cuestionaron a Reutemann no haberlo chocado a Piquet, ya que un abandono de ambos le hubiese dado el título al argentino. “No lo hice porque no es mi estilo y hubiese deslucido el título”, contestó Lole.
Tampoco, como ocurrió con Collins, el destino recompensó esa noble actitud de Reutemann. Por el contrario, le ofreció su mueca más irónica y hasta cruel, cuando un año más tarde, en las misma Las Vegas, Keijo Rosberg se coronó con el Williams que, con su decisión del retiro en marzo de 1982, Lole dejó vacante.





