Con ocho fechas disputadas, el Mundial de 2005 mostraba con claridad al español Fernando Alonso en la cima del torneo. Su contundente Renault R25 ya le había otorgado cuatro éxitos y ello le permitía -con 59 unidades- mirar a todos desde arriba y hasta con cierta holgura, habida cuenta de que el segundo en la tabla anual, Kimi Raikkonen, por entonces en McLaren, sumaba “apenas” 37 puntos, cuando se otorgaban 10 a cada vencedor. Algo quedaba claro en la F1 de aquella temporada: después de varios años se había quebrado la hegemonía que por un lustro impusieron Michael Schumacher y Ferrari.
La novena carrera era el GP de los Estados Unidos, en Indianápolis. Y cuando nadie lo imaginaba, fue un suceso imprevisto ocurrido el viernes 17 lo que desencadenó una situación inédita. Durante los ensayos, reventó la cubierta trasera izquierda del Toyota de Ralf Schumacher, quien se golpeó contra la pared de la curva 13, un curvón peraltado de alta velocidad. Con un derrame en un ojo, al alemán se le sugirió no participar de la prueba y fue reemplazado por Ricardo Zonta, quien también por un defecto en las gomas acabó accidentándose. Esto motivó un estudio del caucho por parte del proveedor (Michelin) y allí se constató que la exigencia del trazado no se condecía con cierta fragilidad en las gomas, por lo que la casa francesa les sugirió a sus siete equipos clientes (Renault, McLaren, Williams, Toyota, BAR, Red Bull y Sauber) no tomar parte de la carrera del domingo.
Sin embargo, a la hora de ponerse en marcha el GP, esos 14 autos, junto con los seis equipados con neumáticos Bridgestone, salieron a colocarse en la posición de partida. Pero la decisión estaba tomada e íntimamente, ya había un acuerdo en obedecer la sugerencia de Michelin. Entonces, tras la vuelta previa, las máquinas calzadas con el caucho de esa casa se dirigieron a los boxes y sus pilotos se bajaron de los coches. A la hora de la luz verde, sólo las dos Ferrari, los dos Jordan y los dos Minardi le dieron vida a la carrera. Abucheos, gritos contra la FIA, algunas latas de cerveza que volaron a la pista, gente abandonando tempranamente el lugar y un clima hostil hacia la organización de la prueba fueron el condimento posterior. No mucha gente quedaba en el lugar cuando al cabo de los 73 giros, Michael Schumacher lograba sin apremio alguno lo que para Ferrari sería el único éxito (¿éxito?) del año…
Acabó así una de las máximas vergüenzas que entregó la máxima categoría en toda su historia, dejando atrás el récord de Argentina ’58, cuando hubo sólo diez autos en la línea de partida, pero por cuestiones mucho menos conflictivas.