En el Olimpo de la Fórmula 1, donde cada milésima de segundo cuenta, a veces el mayor rival no viste los colores de otra escudería, sino que duerme en el box de al lado. Esta es la cruda realidad. Antes de recibir la noticia de su despido del equipo Red Bull, el pluri campeón jefe de equipo Christian Horner, se refería a esta repetida situación afirmando que podría estar definiendo la carrera de pilotos como Yuki Tsunoda.
Hace unos días, tras una conversación con el ex-piloto de Ferrari, Eddie Irvine, Horner trazó un paralelismo tan lúcido como brutal: enfrentarse a un «piloto excepcional que es capaz de exprimir hasta la última gota de un monoplaza» muy nervioso y especialmente diseñado para el estilo y manos del super piloto. Esto es lo que decía Irvine de su duelo intra equipo contra Schumacher al que le reconocía esa superioridad.
La declaración de Horner, realizada a F1TV durante el fin de semana del G.P. de Inglaterra, no es una crítica gratuita, sino el diagnóstico de un síndrome que ha marcado la historia del campeonato. «Acabo de hablar con Eddie Irvine, y fue muy reminiscente de lo que él experimentó con Michael Schumacher en Ferrari en los 90″, comentó Horner. «Pilotos tan excepcionales pueden conducir un coche que está diseñado para un eje delantero que reacciona muy rápido poniendo en aprietos al eje trasero, y hay muy pocos que pueden hacer eso».
Este fenómeno explica por qué equipos dominantes como Red Bull, desde la marcha de Daniel Ricciardo en 2018, han luchado por encontrar un escudero que no solo soporte la presión, sino que pueda acercarse al ritmo de un talento y sensibilidad excepcional como Max Verstappen. Varios compañeros han “sufrido” esa superioridad del holandés, Pierre Gasly, Alex Albon y Sergio Pérez, son ejemplos. Las dificultades de Tsunoda, ascendido desde Racing Bulls a Red Bull, son vistas por el paddock como una continuación de este desafío.
Para entender la magnitud del reto al que se enfrentan los más “desfavorecidos”, basta con viajar en el tiempo y analizar los casos más emblemáticos.
Ferrari: Schumacher y sus vasallos
El caso de Eddie Irvine junto a Michael Schumacher (1996-1999) es el arquetipo. El irlandés era un piloto rápido y aguerrido, pero el Ferrari de la era de Jean Todt y Ross Brawn se moldeaba en torno al estilo agresivo y la sensibilidad única de Schumacher para atacar los vértices con un tren delantero afiladísimo. Los datos son elocuentes: en las tres temporadas completas que compartieron (sin contar la lesión de Michael en 1999), el cara a cara en clasificación fue un apabullante 36-8 a favor del alemán. En carrera, cuando ambos terminaron, Schumacher vio la bandera a cuadros por delante en 25 ocasiones, por solo 5 de Irvine. Las 4 victorias de Irvine llegaron, precisamente, en 1999, cuando la fractura de pierna de Schumacher le convirtió temporalmente en el líder del equipo, demostrando que sin la sombra del Káiser, podía luchar por el título.
La historia se repitió con los brasileños. Rubens Barrichello (2000-2005) fue, quizás, el «número dos» más sacrificado de la historia moderna. Su talento era innegable, pero su rol estaba definido por contrato y por la jerarquía impuesta por el dominio de Schumacher. El duelo en clasificación durante su estancia en Maranello finalizó con un devastador 79-20 para Michael. En carrera, la balanza se inclinó 57-14 a favor del heptacampeón. El infame Gran Premio de Austria de 2002, con el «Let Michael pass for the championship» («Deja pasar a Michael por el campeonato»), fue la escenificación pública de una dinámica interna implacable.
Felipe Massa vivió una situación similar, primero junto a Schumacher en 2006 y, de forma más dolorosa, con Fernando Alonso (2010-2013). Contra Alonso, el balance en clasificación fue de 57-19 a favor del español. El «Fernando is faster than you» («Fernando es más rápido que tú») del Gran Premio de Alemania 2010 fue un eco del trauma de Barrichello, una orden que desmoronó psicológicamente a un Massa que le costó tiempo recuperar su velocidad natural tras su grave accidente de 2009.
Mercedes y el Muro Hamilton
Un ejemplo más reciente y claro es el de Valtteri Bottas junto a Lewis Hamilton en Mercedes (2017-2021). El finlandés fue fichado para traer paz tras la guerra civil entre Hamilton y Rosberg. Bottas, un piloto rapidísimo a una vuelta, a menudo podía desafiar a Lewis los sábados. Sin embargo, el domingo era otra historia. Su cara a cara en clasificación terminó 72-29 para Hamilton, una cifra más respetable que las de los compañeros de Schumacher. Pero en carrera, la gestión de los neumáticos, el ritmo sostenido y la ejecución de Hamilton eran de otro planeta. El resultado fue un contundente 81-20 en las carreras que ambos finalizaron. Mientras Hamilton sumó 5 títulos mundiales y 82 victorias en ese periodo, Bottas logró 10 triunfos, convirtiéndose en el «wingman» perfecto, un rol que, como demostraban sus frustrados mensajes de radio, le pesaba enormemente.
McLaren: La Lección de Alonso
Quizás el caso más extremo fue el de Stoffel Vandoorne frente a Fernando Alonso en McLaren (2017-2018). En un coche poco competitivo, el talento de un piloto excepcional brilla aún más. Vandoorne llegó a la F1 con un palmarés estelar en categorías inferiores, pero fue demolido por el asturiano. En 2018, el marcador en clasificación fue un histórico y humillante 21-0 a favor de Alonso. En carrera, cuando ambos terminaron, el español le superó en 15 de 16 ocasiones. Vandoorne, un gran talento, simplemente no pudo encontrar la forma de extraer rendimiento de un monoplaza difícil que solo Alonso parecía entender.
La historia, por tanto, se repite con un Yuki Tsunoda presionado y cohibido ante una oportunidad que solo ha sido una trampa para él. El desafío para pilotos como Tsunoda, o cualquier otro que aspire a medirse con un Verstappen, un Hamilton o un Alonso, no es solo de velocidad. Es una batalla técnica para adaptarse a una bestia mecánica diseñada para otro domador y, sobre todo, una lucha psicológica contra la implacable sombra de un genio.