Hans Heyer es un ex piloto alemán nacido en Mönchengladbach, que en 1977 tenía 34 años y ya había sido varias veces campeón de karting y una figura relativamente exitosa en la Fórmula König de su país, antes de haber logrado el campeonato europeo de Turismo tres años antes. Pero más allá de eso, es alguien que albergó desde muy pequeño un sueño: el de tomar parte de una competencia de Fórmula 1. Por ello es que para esa temporada ’77, con bastante experiencia y contactos en el mundo motor, le alquiló un Penske PC4 al equipo ATS y se presentó a fines de julio a correr el GP de su nación, en Hockenheim.
El reglamento establecía por entonces una preclasificación para que los mejores 24 autos fuesen los protagonistas del domingo y Heyer, aún adaptándose a un coche que distaba mucho de ser de los mejores, quedó en el 27° lugar, lo que lo dejó como tercer suplente detrás del March de Patrick Neve y del McLaren privado de Emilio de Villota. Al ver que todos los habilitados se dirigían hacia el punto de partida, tanto Neve como De Villota se vistieron de civil y guardaron sus máquinas; no así Heyer, que seguía con el buzo colocado, esperando algún milagro. Y, equivocadamente, creyó que ese milagro se había producido…
Al ponerse en marcha la prueba, en los primeros metros se engancharon el Ensign de Clay Regazzoni y el Shadow de Alan Jones, quedando ambos al margen de la competencia. Heyer vio que ninguno de los suplentes estaba alerta y entendió que por haber quedado dos coches afuera casi en el mismísimo arranque, tenía derecho a participar del GP. Subido a su máquina amarilla, aceleró y salió como una exhalación desde los boxes, ingresando en la pista y entreverándose con el pelotón de atrás. Advertidas por el mismísimo público, las autoridades se dieron cuenta de ello recién en el 9° giro, cuando expulsaron a Heyer de la carrera que posteriormente ganaría Niki Lauda (Ferrari), aunque el piloto jura hasta nuestros días que detuvo su marcha por problemas en la transmisión del auto y que su desclasificación le fue notificada más tarde.
Como fuere, quizá por su desfachatez y coraje, el piloto se ganó una larga ovación de parte de sus compatriotas al descender del Penske en aquel mediodía, si bien (como era de preverse) jamás volvió a intentar una aventura en la Fórmula 1. A decir verdad, ya había cumplido su sueño. Y no sólo eso: el bueno de Hans también es, hasta hoy, el único piloto que en las planillas de estadísticas de la FIA ostenta una desclasificación por “participación no autorizada”, algo que después de todo no es ningún orgullo y mucho menos una situación que pudiese repetirse fácilmente en estos tiempos. Sin embargo, con 82 años, el simpático Hans (siempre ataviado con su sombrero tirolés) todavía sonríe cuando alguien lo recuerda con el mote de “blinder passagier” (polizón, en alemán) que se ganó por aquella jugada audaz, inédita y decididamente inesperada en un Gran Premio de la máxima categoría.