Hacer historia, pero del lado equivocado

Entre los muchos equipos que pasaron por la F1 en 75 años, la mayoría no logró trascender como lo soñaron quienes los pergeñaron. Dentro de ese panorama, muchos ni siquiera consiguieron performances decorosas, pero hubo uno que sí logró llamar la atención, aunque en forma inversa a lo que se espera de una escuadra, convirtiéndola en la peor que jamás se haya visto.

A veces, con la pasión no alcanza. La frase viene a colación del entusiasmo de un empresario de Módena llamado Ernesto Vita, tan apasionado por el automovilismo que sin pensar en retribución alguna, utilizó gran parte de su fortuna a mediados de los ’80 para llevar adelante un equipo de Fórmula 3000, el First Racing, con la firme idea de ascenderlo alguna vez a la máxima categoría. Así, se vinculó con el diseñador Ricardo Divila y trazó los primeros bocetos de la máquina que presentarían en 1990 en la F1. Pero como al poco tiempo Divila emigró a Ligier, Vita optó por completar los planos… ¡en una casa de diseño gráfico! El resultado fue el más lógico: un despropósito hecho por gente sin ideas de aerodinámica ni de perfiles modernos de la competición. Enterado de ello, Divila, de inmediato, hizo todos los trámites necesarios para que ese coche no quedara ligado a su apellido. “Todo es un desastre, cualquiera puede matarse arriba de él”, exclamó entonces.

Pero Vita no iba a tirar todo por la borda. Siguió adelante con el proyecto, al que bautizó Life (que no era otra cosa que su apellido en inglés), presentó el modelo L190 y contrató como piloto al australiano Gary Brabham sin más prolegómenos. Pronto, los resultados comenzaron a verse y se dieron de acuerdo a cómo se había trabajado. La temporada ’90 empezó en Phoenix, donde el auto se paró hasta tres veces por vuelta y en la clasificación quedó a más de medio minuto del anteúltimo, el Leyton-House de Ivan Capelli. En Brasil, la máquina se detuvo apenas salida de los boxes para disputar la preclasificación y allí quedó inerte. Brabham intuyó que todo esto parecía más una burla que cualquier otra cosa y renunció a seguir en la escuadra. Porfiado, Vita reclutó a su compatriota Bruno Giacomelli, que hacía siete años que estaba retirado. El cambio de piloto no revirtió la ecuación: en San Marino, el Life no pudo completar ni una vuelta el sábado, en Mónaco tuvo que dejar de girar porque representaba un obstáculo hasta para los equipos más lentos, en Canadá y en México el motor se ahogó con frecuencia y tampoco llegó a la grilla; estuvo ausente en Francia porque recibió golpes durante el traslado, en Hungría rompió la flamante caja Hewland, y así siguieron las penurias, casi una distinta en cada GP.

El detonante llegó en Portugal, cuando harto de luchar con su propio impulsor, Vita alquiló un Judd V8, pero al intentar emplazarlo en el L190 los mecánicos notaron que no entraba y no pudieron ni ponerlo en marcha. El problema se subsanó para la carrera de España, cuando la unidad de potencia fue incrustada bajo un cobertor de abundante cinta adhesiva. Nada más precario. Obviamente, por 14ª vez, el Life no pasó la preclasificación y allí mismo, Vita decidió que era inútil seguir empleando tiempo y dinero, por lo que evitó ir a los GGPP de Japón y Australia, sin poder debutar jamás en la categoría soñada. Lamentando tantos días desperdiciados que sólo le agregaron dolores de cabeza a su campaña, Giacomelli volvió vencido a su Brescia natal. Vita abandonó decepcionado el mundo de las carreras y el team Life desapareció del mismo modo en el que había llegado: en silencio, con pena, sin gloria, y muy lejos de la posibilidad de dejar, aunque sea, una mínima huella en la estadística de la F1.

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