En diciembre, habrá elecciones presidenciales en la Federación Internacional del Automóvil (FIA). Pese a las críticas que ha despertado su gestión, al actual presidente, Mohamed Ben Sulayem, no le han surgido candidatos opositores a su gestión. Y el dirigente aprovecha para imponer su agenda.
Se le cuestiona haber hecho campaña con una propuesta “hands-off”, designar un CEO que se encargase del día, mientras como presidente adoptaba una posición más protocolar, pero no tardó demasiado en cambiar de idea e involucrarse en lo cotidiano. Fastidió mucho a la Fórmula 1, que, sin embargo, y pese a que lo hacen circular versiones en contrario, todavía no ha fabricado un candidato que pueda oponerse en los comicios.
Prueba de ese cambio rotundo en su manera de conducir la FIA lo dieron la renuncia de dos personajes muy cercanos: Sir David Richards, que lideró su campaña eleccionaria y Robert Reid, el vicepresidente para el deporte; quienes se alejaron haciendo ruido, cuestionando las actitudes del presidente y ventilando especialmente todos los detalles a la prensa inglesa.
Ben Sulayem propuso como sucesor de Reid a Malcolm Wilson, el dueño de M-Sport, desde hace años en el equipo oficial de Ford en el Mundial de Rally. Como se ve, todos los referentes de Ben Sulayem (Richards, Reid, Wilson) provienen de esa especialidad, que tanto cultivó como piloto de segundo orden, y no de la Fórmula 1.
Paradójicamente, al emiratí le choca la opulencia de la máxima categoría en relación al tamaño esencialmente menor de la FIA, muy lejos de poseer la poderosa estatura mundial de otras asociaciones deportivas como la FIFA o el Comité Olímpico Internacional (COI), que amasan fortunas con sus competencias. Básicamente porque hace casi 30 años, el titular de la FIA de entonces, Max Mosley, cedió los derechos comerciales de la F1 por un siglo… Esos derechos están hoy en poder de Formula One Management (FOM), propiedad de Liberty Media.
El emiratí ha encontrado un aliado en Bernie Ecclestone, el operador de aquella cesión, quien, ocho años después de haber sido cesanteado por Liberty Media de la conducción de FOM, no olvida lo que considera una traición. Su mujer, Fabiana, es la vicepresidente de la FIA para Latinoamérica, elegida por la lista del dirigente árabe.
Después de haber prometido prescindencia, Ben Sulayem interfirió cuantas veces pudo. Fue quien autorizó el ingreso del equipo Andretti (ahora Cadillac), contra la voluntad de FOM; fue quien ventiló ofertas para adquirir FOM por parte de capitales árabes; fue quien sugirió el regreso a los motores V10; acaba de aprobar el ingreso de General Motors como fabricante de unidades de potencia a partir de 2029, y fue quien modificó los códigos de conducta que lo tienen enfrentado con los pilotos de Grand Prix. Se metió hasta en los detalles: ahora la FIA se sube al podio a entregar medallas al ganador…
La federación tiene su sede en París, oficinas en Ginebra y Bruselas, y abrirá otra sucursal en Londres, en la zona de Kensington Palace, dónde Ecclestone solía tener sus oficinas. ¿Para qué necesita ello Ben Sulayem, cuyos negocios están en Dubai? Presumiblemente, para negociar mejor con FOM, intentando rediseñar el escenario de las tratativas.
Hace rato que el presidente viene resistiendo los pedidos de mayor profesionalización en el control de los Grands Prix. Dos ejemplos claros: se resiste a designar stewards (comisarios) permanentes, sobre la base de que tendrían que ser asalariados y la FIA no tiene dinero suficiente para ello.
El otro: se recuerda específicamente el caso de la clasificación de Bahrein, cuando no se controló en detalle una transgresión de límites de pista por parte de Nico Hulkenberg (Sauber), que pasó a la Q2 cuando debieron haberle quitado el tiempo, perjudicando a Alex Albon (Williams). Se argumentó luego que los comisarios no habían podido fiscalizar todas las vueltas por falta de recursos.
El argumento es repetitivo. Falta de recursos. Cuando asumió la FIA, en diciembre de 2021, Ben Sulayem encontró que su antecesor Jean Todt había dejado cuentas en rojo y unas oficinas en Ginebra en las cuales iba a funcionar el VAR de la Fórmula 1, un centro de control similar al del fútbol, desde el cual se podría monitorear las sesiones y controlar con más precisión lo que sucediera en la pista.
El dirigente se abocó al primer problema y utiliza el segundo para lograr su propósito. El VAR de la F1 no funciona por completo, y no habrá de hacerlo, en principio, hasta que la FIA se asegure un ingreso superior por parte de la F1.
Por esa razón, la entidad es la única que aún no firmó la renovación del Pacto de la Concordia, la carta que regula la distribución de los ingresos del Mundial. FOM y los equipos ya acordaron cómo repartirse el dinero a partir de 2026, cuando haya una undécima escuadra (Cadillac) aspirando a parte del pozo.
Pero Ben Sulayem está peleando por una cuota superior. La quiere, de paso, para mostrarla como éxito de gestión en su campaña reeleccionaria. La F1 no vota, solo los clubes nacionales, y aunque la mayoría no hospeda un Grand Prix, apreciarán la reducción del déficit en la entidad madre.
Por supuesto, esta historia deberá continuar…