El gran gesto de un campeón a la memoria de otro

El fragoroso Mundial de 1970 acabó con el austríaco Jochen Rindt como el único rey post-mortem que registra la Fórmula 1, aunque ésta, sacudida justamente por la desaparición de su gran estrella, olvidó realizarle un homenaje acorde en algún momento. Afortunadamente, otro monarca, humano y empático, recordó a su par caído de una forma muy particular y a los ojos del mundo apenas comenzada la temporada siguiente, como para “salvar” la inadmisible omisión de los directivos.

Considerado por muchos especialistas como un piloto imposible de no colocar en el podio de los mejores de la historia, el austriaco Jochen Rindt encandiló a propios y extraños desde su debut en la “máxima”, promediando el ejercicio de 1964. Como era de esperarse por sus cualidades, prontamente se convirtió en protagonista y cuando en 1969 se incorporó al equipo Lotus, pasó a luchar por el título que al año siguiente parecía tener en sus manos al llegar al GP de Italia (la 10ª de las 13 fechas pactadas del torneo) como líder, con 20 puntos de ventaja sobre Jack Brabham.

Quiso el destino que el 5 de septiembre, en Monza, el día anterior a la disputa del GP, Rindt se accidentara mortalmente durante las prácticas y esa tragedia, de magnitudes enormes si además se tiene en cuenta el relieve del infortunado, causara un estupor que superó con creces el ámbito de lo deportivo. El hecho no dejó de sobrevolar en la cabeza de todo el mundo, aunque en la mañana siguiente todo continuó casi como por inercia y se disputó la competencia que ganó la Ferrari de Clay Regazzoni.

La Fórmula 1, de todos modos, estaba acostumbrada a los grandes golpes si se tienen en cuenta las muertes acaecidas en los circuitos durante las décadas del ’50 y el ’60. Aunque los aficionados no olvidaron la figura de aquel joven de 28 años inmolado en suelo italiano, el estupor le fue dejando paso a una extraña normalidad. Jacky Ickx se impuso en la prueba siguiente -Canadá- y para cuando Emerson Fittipaldi hizo lo propio en el GP de los Estados Unidos, las insobornables matemáticas marcaron su sentencia: ya nadie podía alcanzar en las posiciones a Rindt, que en esa misma jornada quedaba consagrado como el nuevo monarca, aunque no estaba para disfrutarlo. Su viuda Nina recibió el trofeo, pero no hubo homenajes de por medio. Esa solemnidad fue la misma que invadió también a la fecha final (México) donde, ahora sí, ya muchos parecían no recordar al bueno de Jochen.

Tal vez indignado (aunque nunca lo manifestó públicamente), un humanista de ley como Jackie Stewart no olvidó a su colega caído. Por eso en el GP de Sudáfrica, primera carrera del certamen de 1971, tras lograr la “pole position”, completó la vuelta de formación y a la vista de todos, dejó libre el primer cajón de la grilla, ubicando a su Tyrrell en el segundo lugar. A Chris Amon, que venía detrás y había logrado el segundo registro clasificatorio, no le quedó otra opción que situarse en el tercer cajón. Y así sucesivamente debieron hacerlo el resto de las máquinas. Ese primer espacio vacío era un testimonio del más cabal homenaje. No hizo falta que nadie explicara nada. De esa forma se largó la prueba y como si hiciera falta, la memoria de Rindt había quedado salvada ante los ojos del planeta. Para el gran Jackie, hubo recompensa del destino: al final de la temporada, se consagraba por segunda vez campeón mundial y tomaba el legado que injustamente, su amigo Rindt no pudo festejar debidamente un año atrás.

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