Aquel interminable laberinto italiano

Se trata de rescatar de la memoria un circuito olvidado. La mayoría recuerda la longitud de Nurburgring, una marca registrada en las épocas más trágicas de la Fórmula 1. Pero en los libros de la máxima categoría figura casi perdido un callejero sin fin que le dio un tinte dramático y atractivo a la única carrera disputada allí por el Mundial.

De más está hablar de la peligrosidad de la Fórmula 1 de la década del ’50. A lo endeble de la mecánica de las máquinas a un alto régimen, se sumaba una indumentaria que en realidad oficiaba sólo como ropa común, que en poco y nada ayudaba a la protección del piloto. Y ni hablar de la casi inexistente seguridad en los autódromos o circuitos armados sobre carreteras. Cuando se habla de éstos, es inevitable referirse, ante todo, a la extensión “inhumana” del viejo Nurburgring, cuando además de sortear vericuetos muy complicados, había que memorizar decenas y decenas de curvas (muchas de ellas ciegas) en esa tortuosa pista de 22,8 kilómetros. Es justamente ese dato, el de su longitud, el que siempre se saca a la luz cuando se habla de Grandes Premios de antaño. Quizá por ello, más de uno se sorprenderá al saber que hubo un circuito más largo que el mítico alemán. Sí, el “infierno verde” tuvo un eventual “colega” que lo superaba en extensión y en el que alguna vez hubo una batalla por los puntos.

Por la indisposición temporaria de otros trazados, para la 7ª fecha del Mundial de 1957 se recurrió a un trazado urbano, en Pescara. El Gran Premio llevó el nombre de esa localidad italiana, pero lo más llamativo no fue ello, sino el circuito elegido, cuyo armado se realizaba exclusivamente para una difícil carrera peninsular, la Copa Acerba, y alguna que otra prueba de F1 fuera del Campeonato. Claro que al realizarse esta vez una competencia por los puntos, aquel 18 de agosto unas 200.000 personas se situaron alrededor de las rutas para contemplar la exigencia pactada a 18 giros. Dos rectas veloces de unos 5,5 km cada una y muchos desvíos que se internaban en pueblos rurales componían el dibujo de 25.579 metros, el más largo que alguna vez utilizó la máxima categoría para un GP del Mundial.

Calles estrechas pobladas de baches en algunas partes y colinas que además de dar un pintoresco marco en torno del asfalto, también influían en la diferencia de altura entre los diversos sectores, originando subidas y bajadas espectaculares, formaban parte del evento. El largo camino que implicaba completar un giro era casi una visita no guiada a las poblaciones de la zona. La carrera atravesaba las regiones montañosas de Frascone, Valle Carbone, Spoltores y Case Fornace, y una vez superado todo ello, se salía hacia las colinas rumbo a Capelle sul Tavo, para meterse en Pescara y recorrer buena parte de la ciudad sede. Tan difícil y riesgoso era todo que hasta el propio Enzo Ferrari desistió de que sus pilotos participen de esa fecha, a lo que sólo se negó (bajo su absoluta responsabilidad, como se estilaba entonces) Luigi Musso, quien sí fue a tomar parte de la competencia.

Como cada vez que había que “tomarle la mano” a un lugar nuevo, Juan Manuel Fangio (que venía de coronarse por quinta vez) se adaptó más rápido que el resto y logró la “pole” con su Maserati, aunque a la hora de batirse con el resto, acabó 2°, pues no pudo con el Vanwall de Stirling Moss, quien lo venció por más de 3 minutos. Sólo cuatro corredores de los 16 que largaron completaron el recorrido total. Con el avance de las medidas de seguridad y la imposibilidad de brindarlas por parte de la organización, ese circuito quedó definitivamente cancelado en 1961, tras una prueba de sport prototipos. En el lugar, mucho más poblado que en aquellos años dorados, sólo quedan hoy vestigios de un tiempo muy distinto al actual y las imperecederas leyendas y relatos de los más memoriosos que, haciéndole un guiño al tiempo, suelen repetir ante los desprevenidos jóvenes: “Por aquí pasó un Gran Premio de Fórmula 1…”

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