TRAGEDIA, LOCURA Y EMOCIONES EN LA HISTORIA DEL GRAN PREMIO MEXICANO

De discontinuo recorrido en el Mundial de Fórmula 1, la carrera mexicana tuvo en la década del ‘60 tres ediciones que, individualmente, mostraron la tragedia, lo insólito y la emoción en la definición de un campeonato.

Le costó bastante al Gran Premio de México tener continuidad en el calendario del Campeonato Mundial de Fórmula 1. Prueba evidente es que recién con esta edición 2025 completa un ciclo de diez Grandes Premios consecutivos, iniciada en el 2015, y que sólo tuvo la obligada y entendible pausa en el 2020 por la epidemia del coronavirus.

 Extraña esa discontinuidad para un Gran Premio que se instaló a principios de los ‘60, pero es consecuente con las extensas pausas (suman 38 años) que largamente superan las 24 ediciones puntuables que cumple el fin de semana.

Hubo un común denominador en ese discontinuado recorrido: su escenario. Nunca salió de la populosa ciudad de México y del predio instalado sobre el antiguo Parque Magdalena Mixhuca. Por eso, este fue el nombre con el que se conoció al autódromo que albergó los primeros Grandes Premios y que, con los años, mutó por el actual de Hermano Rodríguez, como homenaje a dos de los más destacados pilotos mexicanos. 

Una de sus zonas características era la Curva Peraltada, también desaparecida con el paso del tiempo y reemplazada con otro sector que la identifica actualmente, como es la zona de entrada a un sector rodeado de tribunas.

Precisamente, de esta desaparecida Curva Peraltada surge el primer recuerdo destacado de la carrera mexicana, que encima data de su época premundialista, con la carrera fuera del campeonato realizada en 1962. Sin embargo, es tan fuerte y trágico ese recuerdo que es imposible soslayar. 

Es que contra el guardarail de esa curva se incrustó, a gran velocidad, el Lotus del local Ricardo Rodríguez, en su intento de bajar el tiempo que en entrenamientos había marcado su compañero John Surtees. Con sólo 20 años (una precocidad para la época), Ricardo era considerado la gran esperanza de los mexicanos, pero su temperamento solía jugarle malas pasadas. Esta vez, ante su gente, fue fatal.

Desangrado por parte del guardarail que penetró en su estómago, Ricardo agonizó y murió en brazos de su hermano Pedro, que nueve años más tarde también dejaría su vida en una pista, confirmando el destino de hermanos, nacidos para correr y morir en las carreras.

La desaparición en 1971 de Pedro, transformado en el heredero de la idolatría mexicana, enfrió el entusiasmo por la Fórmula 1. Fue el golpe de gracia para la primera salida de México del calendario, luego del ciclo iniciado en 1963. Una salida que se intuía tras la caótica edición 1970, donde una multitud desbordó todos los controles, al punto que en varios sectores el público se estableció cómodamente sentado casi al borde de la pista. Una imagen inimaginable en estos tiempos y que, encima, dentro de todo ese desorden y locura, agregó otra no menos aterradora, como lo fue la del perro que se cruzó ante el paso del Tyrrell de Jackie Stewart

Justo ante Stewart, que desde su lugar en la Asociación de Pilotos de Grandes Premios era el principal abanderado en la, por entonces, incipiente tarea de mejorar la seguridad. “A México no venimos más”, sentenció el escocés. Y la Fórmula 1, otra Fórmula 1, volvió no volvió a México hasta 1986.

Igual no todos fueron recuerdos trágicos o caóticos los de la década del ‘60 en el Gran Premio mexicano. Instalado en la parte final del calendario, junto a Estados Unidos, hubo varias definiciones de campeonato, pero ninguna tan emocionante y cambiante como la registrada en 1964. 

A la carrera final llegaron con chances Graham Hill (BRM) con 39 puntos, John Surtees (Ferrari) con 34 y Jim Clark (Lotus) con 30, en una época que la escala de puntaje era de 9,6,4,3,2, y 1 punto para los seis primeros.

Desde la largada, Clark inició una escapada en busca de la victoria que necesitaba junto al retraso de sus rivales. Lo estaba consiguiendo con el retraso de Hill, por un toque de Lorenzo Bandini, y un cuarto lugar que no le servía a Surtees.

Así la cosas, el recordado Escocés Volador ingresó como futuro campeón en la vuelta final, pero hasta allí llegó la vida útil de motor Climax de su Lotus 33. Quedó a un costado de la pista, con la imaginable bronca, mientras que, con el abandono del escocés, Hill recuperaba chances y empezaba a probarse la casquivana corona. 

El tercer puesto no le alcanzaba a Surtees, que necesita escalar un  lugar. Para su fortuna, y desgracia de Hill, adelante estaba Lorenzo Bandini, con la otra Ferrari 158, detrás del líder Dan Gurney (Brabham BT7). 

No eran tiempos de comunicaciones radiales con los pilotos, pero los ampulosos métodos de la época, de gestos y carteles, sobraron para indicarle a Bandini que debía darle paso a Surtees. Así lo hizo y, con esos 6 puntos, y apenas uno de ventaja sobre Hill, el inglés se convirtió en el primer y único caso de un piloto consagrado campeón mundial en la Fórmula 1 y el motociclismo. También Surtees quedó como el exclusivo piloto de Ferrari que no se consagró con un auto de la marca que no lució el tradicional color rojo. Es que aquel 25 de octubre de 1964, y como había ocurrido do semanas antes en el Watkins Glen estadounidense, por un conflicto con la FIA, Enzo Ferrari decidió no participar oficialmente, pero inscribió sus autos bajo la denominación del North American Racing Team (NART), su filial deportiva en América del Norte, y pintó sus autos con los colores blanco y azul.

Años más tarde, Clark y Hill tuvieron revancha en tierras mexicanas a esas frustraciones. El escocés venció en 1967 e igualó temporalmente el récord de 24 victorias que, hasta entonces, tenía Juan Manuel Fangio. Por su lado, Hill se llevó la victoria en 1968 y ese segundo título mundial que se escapó en 1964.

Recuerdos de la década del ‘60. Una década inolvidable para la Fórmula 1 y también para México.

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