MONZA CON ASISTENCIA CASI PERFECTA

Sólo en 1980, el veloz trazado cercano a Milán faltó en el calendario mundialista. Igual, es el circuito más transitado por la Fórmula 1 en toda su historia con 75 Grandes Premios. Un recorrido con inolvidables hitos.

Decir Monza es mencionar un nombre “sagrado” dentro de la Fórmula 1. Es la Catedral del Automovilismo porque, como pocos, cada año convoca miles y miles de fieles tifosi con la ilusión de ver el triunfo de Ferrari. Es el Templo de la Velocidad, con carreras rápidas que largamente superan los 200 km/h de promedio, como muestra el historial con nueve de las carreras más veloces. La más rápida se dio en 2003 cuando, para su triunfo, Michael Schumacher promedió con la Ferrari nada menos que 247,856 km/h.

También decir Monza es decir Gran Premio de Italia por ser su escenario habitual. Dentro del historial del Campeonato Mundial de Fórmula 1 lo avalan los números con su asistencia casi perfecta. De sus 76 ediciones (junto a Gran Bretaña, Italia es el país que siempre estuvo en el calendario), 75 se corrieron en Monza. La excepción que confirmó la regla se dio en 1980, cuando la carrera se trasladó a Imola para permitir la realización de las modificaciones en Monza, con el fin de mejorar una seguridad cuestionada tras el grave accidente ocurrido en la edición 1978.

Igual, ningún otro circuito cobijó tantas carreras por el Mundial como Monza. Con las mencionadas 75 ediciones que cumple en el fin de semana, lidera ese rubro por sobre Montecarlo, otro escenario exclusivo del Gran Premio de Mónaco, que lo recibió en 71 oportunidades. Más atrás se ubican Silverstone (59) y Spa (58), como consecuencia de que tanto Gran Bretaña, en la década de los 60, como Bélgica, en los 70, usaron otros circuitos alternativos para su Gran Premio.

Construido en 1922, con el trabajo de 3.500 obreros y la financiación del Milán Automobile Club, el Autódromo Nazionale di Monza ha sufrido unas cuantas modificaciones en su siglo de existencia, pero sin perder su esencia, que le da un encanto especial pese al paso de los años. Esas modificaciones se hicieron a partir de un trazado inicial que comprendía hasta 10 km y de otro que, a fines de los 50 y principios de los 60, agregó la famosa Curva Parabólica. Apuntaron a reforzar una seguridad siempre comprometida por las altas velocidades que se alcanzaban no solo en la Fórmula 1, sino en otras categorías.

En ese extenso recorrido, los recuerdos destacan jornadas especiales, como la definición en 1950 del primer título mundial, obtenido por Giuseppe Farina; la brillante demostración de Jim Clark en 1967, que en un trazado veloz produjo la hazaña de recuperar una vuelta perdida y, lamentablemente, vio escapar el triunfo en el giro final al quedarse su Lotus sin combustible; la vibrante edición 1971, con 68 cambios de punta y la menor diferencia (010/1000) entre el sorpresivo ganador Peter Gethin y su escolta; el milagroso retorno de Niki Lauda en 1976, a sólo 42 días de su grave accidente en Nürburgring; el emotivo 1-2 de las Ferrari de Berger y Alboreto en 1988, a pocas semanas de la muerte de Enzo Ferrari; y los sorprendentes estrenos triunfales de quienes serían futuros campeones, como Jackie Stewart en 1965 y Sebastian Vettel en 2008. De parte de los argentinos, las alegrías surgen con las tres victorias consecutivas que, entre 1953 y 1955, consiguió Juan Manuel Fangio.

También Monza, como pocos, ha entregado matices trágicos. En 1961, en un tremendo accidente, se inmoló junto a 12 espectadores Wolfgang Von Trips, en el camino de convertirse en el primer alemán campeón mundial. Nueve años más tarde, Jochen Rindt logró coronarse, pero no lo pudo disfrutar porque semanas antes su vida había quedado en la Curva de Lesmo tras un despiste de su Lotus en clasificación. Ser triple ganador en Monza y estar en un equipo dominador, como por entonces lo era Lotus, no apartó a Ronnie Peterson de los riesgos del trazado italiano. El sueco no pudo zafar del múltiple choque en el inicio de la carrera de 1978 y murió al día siguiente por una embolia producto de sus varias fracturas en las piernas.

Recuerdos buenos, recuerdos no tan buenos. Recuerdos que, básicamente, nos trasladan a otras épocas de la Fórmula 1. Menos técnica, más humana; menos estructurada, más imprevisible. Cambios que, por suerte, no alcanzaron para quitarle a Monza ese especial encanto y atractivo que provoca su nombre.

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