Parecía una cosa sencilla para los pilotos italianos correr y ganar el Gran Premio de Italia en el amanecer del Campeonato Mundial de Fórmula 1. Así lo certificaban Giuseppe Farina (1950) y Alberto Ascari (1951 y 1952) con sus triunfos. El primero, sobre un Alfa Romeo; Ascari, con la Ferrari. Eran tiempos de un gran protagonismo de los pilotos italianos, cortado en 1953 por Juan Manuel Fangio con la primera de sus tres victorias en la clásica carrera de Monza.
Nadie imaginó que con ese éxito de Ascari comenzaría un largo tiempo de sequía. El protagonismo creciente de Fangio y la legión inglesa, compuesta por Peter Collins, Mike Hawthorn, Stirling Moss y Tony Brooks; los retiros de los veteranos Farina y Villoresi; más varias tragedias que golpearon a corredores italianos, con las muertes de Ascari, Luigi Musso y Eugenio Castellotti, fueron alejando poco a poco la posibilidad de repetir esas felices jornadas para los siempre entusiastas tifosi.
Hubo que esperar hasta 1966, pero la paciencia tuvo su plus. Volvió a ganar un italiano el Gran Premio de Italia y no solo eso, sino que lo hizo sobre una Ferrari. La combinación ideal. Sorprendió un poco porque no eran los mejores años para Ferrari, superado por el avance de los constructores ingleses, y porque no llegó de la mano de una figura de la categoría, sino de Ludovico Scarfiotti, un turinés de por entonces 32 años, hijo del primer presidente de Fiat y uno de los sobrinos de Gino Agnelli, que sin desentonar en los monoplazas mostraba sus mejores pergaminos sobre los Sport y el Europeo de Montaña. Eran años en que los pilotos saltaban de una categoría a otra semana a semana. Scarfiotti no era el único.
Piloto de Ferrari en todas las categorías, Scarfiotti no tenía la prioridad puesta en la Fórmula 1. Por eso, ese Gran Premio de Italia 1966 fue el segundo que corrió en esa temporada y el cuarto en la decena de carreras puntuables que largó en su paso por el Mundial. Llegó para reforzar el binomio habitual que conformaban su compatriota Lorenzo Bandini, la mayor esperanza italiana, y el inglés Mike Parkes, un ingeniero de amplios conocimientos técnicos.
Desde el inicio del fin de semana, las cosas se le presentaron favorables a Scarfiotti. Quedó segundo en la clasificación, detrás de Parkes, y en carrera se movió inicialmente en los cambiantes pelotones de punta que, además de sus compañeros, completaban John Surtees y Jack Brabham. Instalado en la punta en la vuelta 28 de las 68 que comprendía la carrera, solo la perdió fugazmente ante Parkes, quien, sin embargo, no fue aquel 4 de septiembre de hace 59 años una amenaza real en el camino al triunfo, que Ludovico cerró con una ventaja de 5s 8/10. Los abandonos de sus principales rivales también allanaron ese camino. Entre ellos se contó el de Jack Brabham, por una pérdida de aceite en su Brabham BT19-Repco. Esto no le impidió al australiano asegurarse con una fecha de anticipación su tercer título mundial y convertirse en el primer piloto que lo obtuvo con un auto de su construcción.
Hubo festejo pleno de los tifosi y entre los pilotos, ya que Scarfiotti y Parkes mantenían una buena relación al compartir la conducción de la Ferrari en el Mundial de Sport. Asimismo, poco después, el 21 de mayo de 1967, en el Gran Premio de Siracusa (carrera de Fórmula 1 sin puntos), decidieron junto al equipo llegar en la misma línea a la meta y repartirse el triunfo en una atípica situación. Fue el particular homenaje a la memoria de su excompañero Lorenzo Bandini, muerto dos semanas antes en el Gran Premio de Mónaco.
Scarfiotti tampoco pudo escapar al destino trágico que envolvió a muchos pilotos por aquellos años. El 8 de junio de 1968, en plena recorrida previa del camino de una carrera de Trepada en Rossfeld, Alemania, se desbarrancó con su Porsche y chocó contra un árbol. Murió en el acto. Desde entonces, su nombre resurge cada vez que se recuerda al último ganador italiano del Gran Premio de Italia. Un privilegio que, con el transcurrir de los años, no pudieron quitarle otros compatriotas ganadores en la Fórmula 1 como Patrese, Alboreto, Brambilla, De Angelis, Nannini, Fisichella y Trulli, pero que nunca pudieron levantar el trofeo mayor en Monza. Alboreto estuvo cerca en 1984 y 1988 con sendos segundos puestos.
Andrea Kimi Antonelli es la actual esperanza para que se corte esa racha, que ya contabiliza 58 ediciones sin un italiano ganador en Monza. Con 18 años, tiene mucho tiempo en la medida que consolide su talento. Igual, todo indica que, salvo una sorpresa, la racha cumplirá el fin de semana un año más.