FERRARI NECESITA UN LÍDER COMO MICHAEL SCHUMACHER

A 25 años del primer título de Michael Schumacher con Ferrari, los tifosi recuerdan, en medio de la actual crisis, esos tiempos de festejos y añoran la influencia que tuvo la personalidad del alemán en esas conquistas. Hay quienes no ven un actual sucesor, otros imaginas a Max Verstappen.

Qué distinto es este momento de incertidumbre que vive Ferrari de aquel pleno de alegrías y triunfos del 2000. Implacable, el paso del tiempo señala, paradójicamente, en este 8 de octubre, el 25° aniversario del primer título logrado por Michael Schumacher con el equipo italiano.

Por encima de lo estadístico, esta situación marcó el inicio de una era repleta de festejos para la escudería de Maranello: la era Schumacher. Una era que el alemán impuso con su estilo y que transformó la forma de trabajar de un equino que ganó en orden y precisión con su actitud sajona, y dejó de lado los escándalos e intrigas palaciegas propias del espíritu latino.

Para eso, Michael armó su propio equipo dentro del equipo. Se rodeó de su gente para sentarse en la «mesa chica» de las decisiones. Allí estuvieron su amigo Jean Todt como director deportivo y Ross Brawn en la parte técnica. También se encargó que el segundo piloto no fuese un rival más, sino un incondicional compañero. Eddie Irvine, primero, y Rubens Barrichello, después, cumplieron sobradamente dicho papel.

Incluso el irlandés no defendió con la fuerza esa posibilidad de ser campeón que se le abrió en 1999, cuando Schumacher estuvo ausente varias carreras tras quebrarse una pierna en su despiste en Silverstone. «Con los millones de dólares que pagaron por Schumacher, los patrocinadores no iban a aceptar que saliese campeón el segundo piloto que ganaba mucho menos», fue una de las versiones que se escuchó como especial explicación a la caída del pobre Irvine frente a Hakkinen. Nadie la confirmó, pero tampoco fue desmentida, y quedó como uno de los misterios de la Fórmula 1.

Aquel 8 de octubre de hace 25 años tuvo la rúbrica esperada de ese trabajo iniciado en 1996, con el ingreso de Schumacher a Ferrari. Un camino en el que hubo paciencia para no entrar en pánico tras los subcampeonatos de 1997 y 1998. Sabía que, tarde o temprano, el título de Ferrari con Schumacher tenía que llegar para cerrar el paréntesis abierto en 1979 con la coronación de Jody Scheckter.

Y llegó en un Gran Premio de Japón que vio un permanente mano a mano entre Michael y Mika Hakkinen, el campeón vigente con su McLaren. El alemán controló la situación hasta lograr el triunfo que necesitaba por poco más de un segundo de ventaja. Quitarse la tensión de ese fin de semana en Suzuka necesitó de una semana de vacaciones en Tailandia.

A un cuarto de siglo de distancia, los memoriosos y fanáticos de Ferrari recuerdan aquella consagración. Y lo hacen, además de una sonrisa, con una indisimulable añoranza a Michael. No sólo en la parte deportiva, sino en lo humano. No olvidan que, hace tres décadas atrás, tuvo la personalidad y determinación imprescindibles para alzar las banderas de renovación en un equipo en busca de su recuperación. Características que no se ven en Lewis Hamilton, repartido en otros intereses personales, y menos en Leclerc, sin el peso del británico, y el cuestionado director deportivo Frederick Vasseur.

Es cierto que cambiaron los tiempos y la Fórmula 1 no es la misma de hace 30 años. Sin embargo, hay cosas invariables, como la importancia de tener un líder respetado que marque los rumbos y concilie intereses, como hizo Michael en su momento.

«En las empresas siempre debe haber alguien que se destaque, marque la diferencia e inspire al equipo. Creo que durante el cambio, las empresas deben identificar líderes capaces de marcar la diferencia. No veo a nadie en este momento para ese lugar», advierte Alessaandro Benetton, quien conoció como pocos a Michael Schumacher desde que arrancó en la Fórmula 1.

¿Lo habrá visto Max Verstappen?

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