Una historia más extensa y variada que el resto de los países por donde alguna vez pasó la Fórmula 1 exhibe Estados Unidos. Es extraño, recordando que durante varios años pertenecieron a mundos automovilísticos totalmente diferentes.
Vaya como ejemplo la presencia de las 500 Millas de Indianápolis en el calendario del campeonato en la década del 50. Presencia forzada para justificar la denominación mundial, pero que fueron ignoradas por los pilotos y equipos europeos. Sólo Alberto Ascari participó y abandonó con una Ferrari en 1952. Juan Manuel Fangio hizo un tibio intento en el ocaso de su campaña en 1958, pero no pasó de los entrenamientos al no contar con un auto competitivo.
Ninguna de las 11 ediciones de las 500 Millas, que entre 1950 y 1960 formaron parte del Mundial, llevó la denominación de Gran Premio de Estados Unidos. Conservaron el propio de 500 Millas de Indianápolis. Eso no fue lo peor. El colmo de lo absurdo se dio en 1959 y 1960, cuando la inmodificable postura de correr los 30 de mayo provocó que las 500 Millas se disputasen el día después del Gran Premio de Holanda en 1959 y el anterior a Mónaco al año siguiente.
Fue el acabose y el argumento para que las 500 Millas desaparecieran realmente del calendario. Indianápolis volvió en el 2000 con el circuito tipo Gran Premio y con el cronograma de la Fórmula.1. Duró hasta 2007, cuando se cortó tras la carrera que largaron apenas 6 autos por los problemas con las gomas que tuvieron los usuarios de Michelin en clasificación. Esto deterioró la imagen de la Fórmula 1 ante los siempre exitistas ojos de los norteamericanos, y el Mundial hizo una pausa hasta que en el 2012 la inauguración del Circuito de las Américas en Austin, en la región de Texas, renovó expectativas que se mantienen hasta ahora.
Desde entonces, Austin se instaló como escenario exclusivo del Gran Premio de Estados Unidos. Este fin se semana suma su 13er Gran Premio. Todavía le falta para llegar a la cima de presencias, un privilegio que, con 20 Grandes Premios entre 1961 y 1980, conserva Watkins Glen. Era un clásico de los 60 y 70, este veloz y riesgoso circuito en cuyos guardarails se destrozaron las vidas del promisorio Francois Cevert (1973) y el novato Helmuth Koinigg (1974) en espantosos accidentes. También hubo Grandes Premios estadounidenses en Sebring (1959), Riverside (1960) y el callejero de Phoenix (1989-1991). Seis sedes en total para 46 ediciones que se cumplen el domingo. Una diversidad de escenarios sólo superada por los 7 en los que Francia distribuyó sus carreras puntuables.
La extensión del territorio estadunidense, la necesidad de promover la categoría en épocas de escasas convocatorias y, en los años recientes, la llegada de la estadounidense Liberty Media al control de la categoría, en lugar de Bernie Ecclestone, motivaron que hubiese más fechas mundialistas sin la denominación del país.y en trazados callejeros. Así aparecieron Long Beach, con el Gran Premio del Oeste (1976-1983); Las Vegas, con sus dos etapas (1981-1982 y 2023-2024), la primera con el amargo recuerdo del título que se le escapó a Carlos Reutemann; Detroit (1982-1988); Dallas (1984) y, más recientemente Miami (2022-2025), un escenario largamente deseado.
Esta abundancia, cercana a la saturación, provocó que en 1982 Estados Unidos tuviese tres Grandes Premios (Long Beach, Detroit y Las Vegas). Una situación que se renovó con la presencia de Liberty Media y con Miami, Austin y Las Vegas. Se repitió en 2023 y 2024, se dará en este 2025 y, por lo visto, seguirá en los próximos años.
«Estaría bueno hacer un Gran Premio en Nueva York» (otro viejo deseo), planteó inicialmente Toto Wolff, antes de tocar el freno y darse cuenta que «cuatro fechas en Estados Unidos son muchas…»
Si, Toto, son muchas. Demasiadas.